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Nos trasladamos

Este blog seguirá actualizándose desde El ojo en la paja.

Gracias por pasar. Por allá los espero.

Complejo

«¿Por qué ha de estar sujeto a miedo el hombre, que es gobernado por los casos del azar y no tiene presciencia clara de ninguna cosa? Mejor es vivir a la ventura, como cada uno pueda. Tú no temas a la boda con tu madre; son muchos los que en sueños se han unido a su madre. El que a estas cosas no da valor, vive más fácilmente.»

Sófocles, «Edipo Rey», en Autores varios, Teatro griego, Barcelona, Círculo de Lectores, 1982, p. 146. Edición de Enrique Llovet y Francisco Rodríguez Adrados.

Educación

«pretende una cosa oscura e inefable: la educación del alma. Está convencido de que para ello es necesario inculcar hábitos más morales que intelectuales: modestia, espíritu lúdico, libertad interior, gusto por el riesgo. La ironía es también el instrumento bondadoso para desmontar la conclusión apresurada, el tono satisfecho, la vanidad incipiente, la seguridad facilona o la creencia cómoda. El ‘alma educada’ será la condición necesaria de un buen pensar.»

 

Alejandro Rossi, «El profesor apócrifo», en Obras reunidas, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 190.

Españoles

«Hemingway –en cada bar de Andalucía hay una fotografía firmada de Hemingway emborrachándose o persistiendo en la borrachera en compañía del propietario– recomendaba Ronda y en particular su casino/club/hotel de la plaza principal, como el óptimo refugio para una fuga amorosa. Ya no hay mucha actividad en el casino: una mesa de billar sin troneras, unos cuantos ancianos jugando al ajedrez al estilo no demasiado cerebral de los españoles, haciendo golpear ruidosamente las fichas contra los escaques mientras lanzan un gruñido y una pulla.»

 

Martin Amis, «Aprender sobre el tiempo», en Experiencia, Barcelona, Anagrama, 2001, pp. 66-67. Traducción de Jesús Zulaika.

Periodista

«No recuerdo cuánto le pagaron por ese artículo, pero se trataba de una suma desproporcionada; las ofertas le empezaron a llegar de todas partes, y yo me encontraba en el buzón sobres de Esquire y de Harper’s. Un día, su editor vino a verlo a casa. Yo lo recibí. Era un hombre de jeans y camisa de seda y chaqueta de parches en los codos. Saludó a mi padre. ‘Han llegado cartas a la revista’, dijo. ‘Tengo que verificar los datos de tu texto o se nos va a venir una demanda encima.’

–No entiendo –dijo mi padre–. Qué quiere decir eso.

–No pongas esa cara, hombre, no estoy cuestionando nada. Pierre no ha podido verificar tus datos, y tampoco a encontrado a los informantes que citas.

–Pero yo sí. Yo sí los encontré y hablé con ellos. No puedo creer que estés contra mí. Yo soy el periodista, ¿no?

–En el artículo hablas de un hotel. Ahí entrevistaste a la fuente principal, el tipo de la comisión olímpica o no sé qué cosa. En fin, el que sabía todo del fraude.

–Sí. Qué con eso.

–Cuál hotel es –dijo el editor–. Necesito que me lleves allá. Necesito que un mesero, un portero, cualquier persona, te reconozca.

–Es el Ibis. El Ibis del aeropuerto.

Eso creímos. Por los ruidos que describes en el texto. Pero hemos llamado, y nadie se acuerda de un huésped con el bombre de tu fuente, ni de haber visto entrevistas en el lobby.

–Está bien, hombre, está bien. No fue en ese hotel.

–En el artículo dices que sí.

–Era para protegerlo. Tú viste la información que me dio el tipo. No iba a publicar su dirección, merde.

–No te alteres. Dame su teléfono, entonces.

–No lo tengo.

–Dime dónde vive.

–No lo sé –dijo mi padre–. Eso fue hace tiempo, yo no archivo los datos de los entrevistados.

El editor bajó la voz, como si lo que iba a decir fuera una desgracia para él, más que para mi padre.

–Este artículo es pura mierda y tú lo sabes. Nos vemos mañana en la revista.»

 

Juan Gabriel Vásquez, «En el café de la République», en Los amantes de Todos los Santos, Bogotá, Alfaguara, 2008, pp. 103-104.

Pavo

«El agruparse así tan juntos es algo natural en los pavos al hacerse de noche. Recuerdo que en el rancho de mi juventud los pavos se juntaban y posaban en coágulos en los cipreses, lejos del alcance de gatos monteses y coyotes, el único indicio que conozco de que los pavos tengan alguna inteligencia. Cuando los conoces no los admiras, pues son vanidosos e histéricos. Se reúnen en grupos vulnerables y luego los domina el pánico ante cualquier rumor. Son sensibles a todas las enfermedades de las otras aves, junto con algunas más que han inventado ellos. Parecen pertenecer al tipo maniacodepresivo, gluglutean con barbas ruborosas, extienden la cola y rozan las alas en bravatas amorosas en un momento y se encogen en medrosa cobardía al momento siguiente. Cuesta creer que estén emparentados con sus primos salvajes, listos y recelosos. Pero allí había agrupados miles de ellos alfombrando la tierra, esperando a yacer tumbados panza arriba en las fuentes del país.»

 

John Steinbeck, Viajes con Charley, Barcelona, Península, 1998, pp. 129-130. Traducción de José Manuel Álvarez Flórez

Huérfano

«Está Lola –mi madre– frente a un escaparate

empolvándose el rostro y arreglándose el pelo

Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte

y está enamorada de Joaquín Pablo –mi viejo–

No sabe que en su vientre me oculto para cuando

necesite su fuerte vida la fuerza de la mía

Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara

de su dolor inmenso como una puñalada

está Lola –la muerta– aún vibrante y viva

sentada en un balcón mirando los luceros

cuando la brisa de la ciénaga le desarregla

el pelo y ella se lo vuelve a peinar

con algo de pereza y placer concertados

Más allá de este instante que pasó y que no vuelve

estoy oculto yo en el fluir de un tiempo

que me lleva muy lejos y que ahora presiento

Más allá de este verso que me mata en secreto

está la vejez –la muerte– el tiempo inacabable

cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío

sean sólo un recuerdo solo: este verso»

 

Raúl Gómez Jattin, «Lola Jattin», en Amanecer en el Valle del Sinú. Antología poética, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 141. Selección y prólogo de Carlos Monsiváis.

Cigarro

«El tabaco es cordial, fraternal, sencillo. En las penosas horas de trabajo nocturno nos acompaña y nos conforta, porque posee una pequeña vida que Dios no concedió a las otras cosas inertes que nos rodean: los retratos mudos de los abuelos, las sillas tiesas sobre sus patas, los libros enfilados en el estante, el lecho solitario y blanco que descansa en una esquina. Nada se mueve, nada habla. Sólo el cigarro, colocado con la ceniza hacia arriba sobre el tintero, despide ligeras espirales móviles, inquietas, que nos hacen guiños minúsculos. Sabemos que algo palpita ahí, que una diminuta alma encendida se consume junto a nosotros y pasará. ¡Pero esos retratos no pasan nunca y esas sillas estarán siempre ahí! Este medio cigarro que nace y muere, y es efímero, está más cerca de nosotros que todo aquello eterno. Es un resumen infinito de nuestra vida. Por eso nos consuela y nos acompaña.

No fuméis, amigos míos. Pero, ¡oh, cuán angustiosa y demasiado sola será vuestra soledad!»

 

Luis Tejada, «Humo», en Libro de crónicas, Bogotá, Norma, Colección Milenio, 1997, pp. 69-70.

Música

«Odio la música –dice con voz más elevada y ronca: la primera vez en toda la noche que sus palabras delatan una emoción–. Odio ese lenguaje armonioso, incomprensible para mí, que ciertas personas utilizan para charlar, para decirse cosas inefables que no corresponden a regla alguna, ni a ninguna ley: sí, a veces pienso que todo lo que se expresa a través de la música es maleducado e inmoral. Cómo se transforman los rostros cuando están escuchando música. Krisztina y tú no perseguíais la música, no recuerdo que tocarais juntos, a cuatro manos, y nunca tocaste nada para Krisztina al piano, por lo menos en mi presencia. Parece que el pudor y el tacto impidieron que Krisztina escuchara música junto a ti en mi presencia. Y como la música no tiene ningún significado que se pueda expresar con palabras, probablemente tenga algún otro significado, más peligroso, puesto que puede hacer que las personas se comprendan, las que se pertenecen no sólo por sus gustos musicales, sino también por su estirpe y su destino.»

Sándor Márai, El último encuentro, Barcelona, Emecé, 1998, p. 158. Traducción de Judit Xantus.

Partes

«Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo. Sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas».

 

Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Lima, Santillana Ediciones Generales, Punto de Lectura, 2008, capítulo XIII, p. 115. Edición de Francisco Rico.